Ricardo Alegría celebra hoy 90 años de una vida dedicada al quehacer cultural nacional
Por Carmen Dolores Hernández / Especial El Nuevo Día
A sus noventa años, que cumple hoy 14 de abril, don Ricardo Alegría sigue trabajando incansablemente. Se propone publicar varios libros sobre nuestra historia y cultura. Sabe que lucha contra el tiempo: el proyecto necesitaría dos o tres vidas más para llevarse a cabo.
La que ha vivido ha sido excepcionalmente fructífera. Como director del Museo de Historia, Antropología y Arte de la UPR de 1946 a 1955, como primer director del Instituto de Cultura Puertorriqueña de 1955 a 1973, como titular de la Oficina de Asuntos Culturales, como fundador y primer rector del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y del Caribe y como fundador y director del Museo de las Américas, su gestión transformó radicalmente la actividad cultural puertorriqueña . Y como arqueólogo, antropólogo e historiador amplió el conocimiento sobre nuestro pasado, difundiéndolo a través de numerosos libros, muchos dirigidos a los niños.
Con ocasión de la fecha, don Ricardo habló del pasado, del presente, y de la huella que espera haber dejado.
CDH: ¿Cómo era el clima cultural del país en los cuarenta, cuando usted inició su actividad institucional?
RA: Lo puertorriqueño no se apreciaba. En 1947 hicimos en el Museo de la UPR una exposición de santos. Nadie los valoraba aún. E hicimos una exhibición pionera de las obras de Campeche y de Oller, además de exhibir por primera vez objetos arqueológicos puertorriqueños.
CDH: ¿Cómo acogieron los políticos al Instituto de Cultura Puertorriqueña?
RA: El Partido Popular, entonces en el poder, era un partido de intelectuales: Muñoz Marín era un poeta; doña Inés, su esposa, que me ayudó muchísimo, era una maestra que defendía la enseñanza en español. Junto a ellos había personas como Géigel Polanco, Samuel R. Quiñones, Ramos Antonini, Palés Matos, Ribera Chevremont, Buitrago, Tomás Blanco, Gustavo Agrait, Font Saldaña, que eran pensadores o poetas. Y estaba Jaime Benítez en la Universidad. Todo ello propició un renacimiento cultural.
CDH: ¿Qué visión tenía usted de la cultura?
RA: Yo soy antropólogo; mi visión de la cultura es amplia. Además de estudiar la pintura de Campeche, quería que se investigara la pintura popular. Pensaba que al lado de las danzas de Tavárez y Morell Campos había que tocar bomba. Tuvimos una pequeña Orquesta Sinfónica en el Instituto, pero trajimos a Canario de Nueva York para que grabara discos de plena y Francisco López Cruz revivió el cuatro. Las artesanías adquirieron importancia.
CDH: ¿Qué le ha dado más satisfacción?
RA: Mi gran satisfacción es que el puertorriqueño promedio se siente más orgulloso de su nacionalidad y cultura. Se me atacó mucho por la restauración del Viejo San Juan; decían que como era arqueólogo estaba deteniendo el progreso. Que había que tumbarlo todo y hacer un Nueva York chiquito. Ahora me llena de orgullo ver cómo acuden las familias puertorriqueñas a la vieja ciudad; vienen también del extranjero porque San Juan ha adquirido importancia en Hispanoamérica y Estados Unidos.
CDH: ¿Qué fue lo más difícil en su vida profesional?
RA: He tratado de explicar que porque creas en la anexión de Puerto Rico no debes ser enemigo de la cultura puertorriqueña. En el 98, Estados Unidos quería hacer en Puerto Rico lo que estaba haciendo con los indios: imponer el idioma y la cultura a la fuerza. Pero hoy vemos que estados como Nuevo México, Texas o Louisiana preservan su particularidad. No se entiende entonces que aquí haya alcaldes que pongan lo del “Police Department” o lo de “Downtown” o rótulos en inglés. La herencia puertorriqueña no debe ser atacada por los puertorriqueños. Estados Unidos me ha dado muchísimos premios y todos por fortalecer la cultura puertorriqueña.
CDH: ¿Qué le quedó por hacer?
RA: Yo tenía un proyecto de escuelas-hogares para niños de ambientes deprimidos, para darles una mejor oportunidad en la vida. Me preocupan esos niños que solo tienen ante sí modelos de criminales. Se les podría salvar con instituciones como era el Hogar Insular de Niños, de donde salieron personas de provecho. Propuse algo parecido hace 30 años, pensando que al poner a los niños en contacto con las artes tendrían otras alternativas.
CDH: ¿Qué legado deja a las generaciones futuras?
RA: En el Museo de la UPR dejé una gran colección de arqueología: cosas que yo excavé y colecciones puertorriqueñas que compramos. En el Instituto dejé una colección de obras de arte: el 90% de los cuadros de la Galería Nacional los adquirí yo. Fundé varias bibliotecas: la de Barranquitas, en la casa de Muñoz Rivera; una para niños en la Casa Barbosa; la Biblioteca Nacional; la del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Si de algo me siento orgulloso es de que por donde yo paso queda una huella.
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